13 noviembre 2010

La fragilidad tiene un nombre I

Becca era dulce y amarga a la vez. Su mente se dividía en cinco plataformas ordenadas por orden de preferencia y que le conferían una madurez que daba hasta miedo. La opresión la había vuelto una persona seria y distante, casi perteneciente a otra época pasada. Como un fantasma olvidado y perdido en el recodo entre siglo y siglo.
A pesar de eso, mantenía una única alegría que hacia que esa sonrisa se dibujara en su pálido rostro; y esta era la fotografía. Ser capaz de captar los mágicos momentos que la vida te regala y guardarlos para siempre, no sólo en la memoria, sino también en el corazón. ¡Qué feliz era con una cámara en sus manos! Conseguía plasmar esos sentimientos que se esconden cada vez que el flash atraviesa tus ojos, y convertirlos en algo más; como si pudieras introducirte en el momento y vivirlo junto a sus personajes principales, fueran lo que fuesen. Esto confería gran importancia en su vida y casi algo primordial. ¡Dormir y comer quedaban a un segundo plano, totalmente relevados de su puesto de ganadores! Pero no le importaba nada esto. Solo vivía para sus pequeños y las historias que estos eran capaces de narrar.

Un día decidió apuntarse a un curso, impartido en un museo cerca de casa, donde le enseñerían todo lo que le quedaba por conocer acerca de su gran y único vicio. Las horas parecían eternas en la espera de asistir a tal delicia; ¡esas hormigas que recorrían piernas y brazos completamente y que no paraban a descansar!
No obstante, al fin llegó su momento y casi voló al punto de encuentro. Su rostro apenas expresaba algún sentimiento de cara al público, pero, por dentro, su corazón palpitante desbordaba de felicidad.
Expectante, observó como a su alrededor llegaba gente de toda edad y tomaba asiento, con una agradable sonrisa y charlando con los ya conocidos. Todos irradiaban alegría, apesar de que fuera estaba nublado y se sintió casi como un limón en un cesto de fresas; totalmente fuera de lugar y perdida, muy perdida.
Apenas si hizo el amago de levantarse y huir lo más rápido de ahí, un chico se plantó en el centro de la sala y esperó a que todos silenciaran sus cuchicheos. Becca lo observó por unos segundos y le sorprendió que fuera tan joven (no pasaría los treinta), decepcionandose al mismo tiempo por lo que ella esperaba de todo esto. ¿Dónde quedaba esa experencia que, creía, iba a serle transmitida? Sin embargo, decidió mantener las formas y esperar a que terminara de hablar.
Su nombre era Gerard y, como ella había supuesto, sería su profesor de fotografía en el próximo año de enseñanza. ¡Sería de otros, porque ella no volvería a aparecer jamás! Todas las esperanzas que había puesto se esfumaron, junto a las palabras que él les contaba.
Y, en ese mismo instante, sus ojos se cruzaron, durante unos segundos. Inyectó en sus pálidos ojos grises un brillo que la hizo sonrojarse; y después le sonrió, como si se conocieran de toda la vida.
Becca, avergonzada, bajó la mirada. Se llevó la mano al pecho: dolía. ¿Desde cuando los corazones habían aprendido a dar saltos vertiginosos?
Fue entonces cuando decidió darle una oportunidad, por primera vez, a alguien. Iría al día siguiente, sólo al día siguiente; y después se esfumaría como tantas veces había hecho, sin que nadie se percatara de ello.

6 comentarios:

  1. Me encanta todo lo que siente Becca al fotografiar cualquier recuerdo. Será también capaz de amar :)

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  2. ¡Ay! Qué bonito (: ¡Quiero saber más!

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  3. Hola. He visto tu blog y me encanta!
    Dejando de lado las entradas, que son preciosas, la fotografía de cabecera es impresionante :D
    Y la plantilla también me gusta ^^
    Ya me iré pasando por aqui a menudo ;)

    Besos, MUAK!
    XOXO


    minerva

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  4. e___e espero que sigas prontito, nunca sé lo que vas a depararnos :)

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  5. "¿Desde cuando los corazones habían aprendido a dar saltos vertiginosos?"
    Eso es muy bonito!!

    Saludos!

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  6. Me he quedado con ganas de más :)
    ¡muy bueno!

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