22 febrero 2011

Suspiros que se escapan a través de las pestañas.

– ¿Nunca te han dicho que tienes un cierto parecido a las estrellas? Como si acabases de estrellarte en la tierra proveniente de una de ellas y tu brillo sobresaliera, de forma amenazante, dominando hasta al propio rey Sol.

Ella lo observó con una ceja arqueada durante unos breves instantes y, acto seguido, siguió mirando al cielo. Su risa se disolvió en la noche cuando se sujetó con fuerza a su mano, al borde de aquel barranco tan acusado. La mirada de él revoloteó y respiró hondo, intentando no mirar hacia abajo para que el vértigo que solía acontecerlo se quedara encerrado en el rincón más hondo de su alma.

A sus espaldas resonaba el eco mundano, tan difuso y distante como si de una huella del pasado se tratase. Las luces entrechocaban unas con otras, evitando que el resplandor de la luna resbalara por la límpida piel de las hijas de la noche, con sus tallados vestidos dorados a millones de kilómetros de distancia, que movían sus ojillos vivarachos y deseaban un feliz sueño a los niños.
John la contempló de nuevo, casi de forma magnética, esperando que de sus sonrosados labios se escapara la primera palabra jamás dicha. Se sentía fuera de lugar; algo discapacitado de corazón por su imposibilidad para poder describir el revoltijo de sentimientos que mariposeaban en su pecho. Fijo la vista en los delicados dedos, tan pálidos y fríos como el mármol, que lo guiaban mientras el silencio los acogía. Aquel tipo de elipsis en la que las palabras están de más y por la que los suspiros de escapan a través de las pestañas.

Caminaron durante unos instantes más hasta llegar a un pequeño claro. Ella le apretó un poco más y amplió su sonrisa, haciendo que los hoyuelos se formasen próximos a la misma. A su alrededor se pintaba un horizonte azul oscuro, con millones de bombillas encendidas en el telar negro de fondo. El brillo plateado se reflejaba en las aguas calmadas del mar, cuya marea regalaba una refrescante brisa y besos que sabían a sal. Ya no se escuchaba apenas los pitidos ni los murmullos de las sirenas, ahogados ambos por el océano y sus latidos perdidos en los rincones más profundos.
Casi con la rapidez con la que había cambiado de expresión, sacó una pequeña libreta y apuntó unas palabras, con la idéntica caligrafía inclinada y redonda.

‘Este es mi lugar preferido’, leyó John, más para sí que para el infinito. Al levantar el rostro de nuevo, entrelazó su mirada con la de ella. Se sintió estúpido y desorientado, como un pez recién sacado del agua.

– ¿No piensas decirme ni tan siquiera tu nombre? –la pregunta resbaló de sus labios, casi de forma inconsciente, con un deje de ansiedad escondido entre las vocales.

Ella negó vehemente con la cabeza, haciendo revolotear su cabellera castaña. Seguía con aquella expresión apacible y traviesa al mismo tiempo, como si se divirtiera realmente viendo la situación del pobre joven. Se sentó en el suelo, cogiendo con cuidado la falda de su vestido veraniego, algo erróneo para el frío viento que soplaba y se introducía en sus frágiles huesecillos de cristal, y lo invitó a sentarse a su lado, con un leve movimiento del brazo y sus ojillos azules suplicantes dirigidos hacia él. John la obedeció y situó su larguirucho cuerpo junto al de ella, que desprendía un agradable aroma a rayo de sol y mermelada de arándanos.

– Quiero que me cuentes tu historia. –la voz emanó de su garganta, pero en un tono tan inaudible que él pensó que era una broma de la brisa envolvente. Giró levemente el rostro y la observó juguetear con el lazo que ceñía su cintura.

– ¿Por qué la mía? –cuestionó John, impulsado por una creciente curiosidad.

– ¿Y por qué no? –respondió, divertida.

Y entonces, John comenzó a narrarle aquellos datos de su vida que casi desconocía recordar, donde los recuerdos tomaban de la mano a los sentimientos olvidados y ascendían por la montaña de los actos pasados. Donde se perdían los antiguos “yo” y renacían de nuevo, entre las cenizas, cual fénix. Y de cómo, esperando, un pequeño haz de luz se había colado dentro de sí y era imposible sacarlo de ahí, empotrado, el muy maldito, entre las costillas y el corazón.

6 comentarios:

  1. Ya se echaba de menos algo nuevo tuyo ;D
    Espectacular :)

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  2. mu puedes hacer un favorcito? no cuesta nada...

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  3. Me encanta esa chica. Me gustaría saber de ella y si algún día tendrá nombre.
    La sensación de poder contar de ti todo lo que creías incontable es maravillosa :)

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  4. Ays, tengo muchísima curiosidad por saber como se llama, cosas de ella...
    De verdad, me encanta como escribes, tu forma de describir las cosas es... (L)
    ¡un beso! ^^

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  5. Me ha encantado, y me has dejado con la intriga de saber el nombre. Es increíble como escribes, cada vez mejor. :]

    Un beso.

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  6. Por cierto, tienes un premio en mi blog juju :D

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