12 agosto 2011

Estiraba tanto su corazón que desgarraba latidos.


Su pequeño cuerpo casi inexistente, etéreo para muchos que eran capaces de notar su presencia, temblaba como una hoja a punto de fundirse con el aire. Las rodillas tintineaban una melodía al entrechocarse la una con la otra, pálidas de sonido y llenas de melancolía.
Sentada en la cama, con aquella sonrisa descafeinada, descolgada del marco de la cara y tirante de uno de los lados cada vez que se pasaba la mano por el pelo, nerviosa, casi cohibida, se abrazaba el pecho desnudo para salvarse de sí misma, balanceando un poco las extremidades superiores; el brillo en sus ojos de cervatilla nulo de vida. Supresión total de ella misma.

La habitación, en la que se colaban algunos rayos anaranjados de la puesta de sol, continuaba oliendo a cigarro a medio fumar, vaquero desgastado y fresas. El mobiliario escaso, compuesto por una cama de matrimonio, una mesita blanca a juego con ella, un escritorio de madera y un armario de grandes longitudes, se escondía bajo pilas de folios esparcidos por todas partes, con su nombre escrito en cada uno de ellos. Recordando y doliendo.

Viró la mirada de un lado a otro, asustada, y se apretó a sí misma con más fuerza, restregando los ojos ennegrecidos por el maquillaje por su pálida piel, hasta que se fijó en las pastillas que reposaban entre el caos de las mantas. Alargó la mano, dispuesta a alejarse de todo y de nada al mismo tiempo, lo justo para olvidarse y nada más, pero se paró cuando apenas las yemas rozaban la superficie.

No, claro que no. Aquello no iba a solucionar sus problemas. No esta vez.

Se levantó, dispuesta a posar los pies en el suelo de madera, pero solo consiguió sentarse, desnuda, despeinada y sola; se miraba las muñecas, subiendo hasta las manos y desdoblándose en los dedos. Vuelta a empezar. Y, aquello, resultó como un mecanismo que le robó un grito de la garganta y desgajó toda su alma por dentro.

El silencio permaneció en pausa. El temblor en visión rápida. Y ella continuaba allí, sentada, con las piernas acunadas por sus brazos, la sonrisa de muñeca rota y el corazón tan estirado que desgarraba latidos.

3 comentarios:

  1. Tus textos mueven corazones. Tus frases alteran emociones. Hacía tiempo que no leía tantas sensaciones. Cómo se concentran en cada letra. En cada coma que vas dejando atrás, para concluir y saber que, una vez más, has escrito un punto final al mismo tiempo que, a este otro lado, has dejado a una persona muda y cargada de tus letras.
    Enorme, Anna.

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  2. A cada texto nuevo, quedo más sorprendida aún. Eres alucinante. Y... ¡ya estaba bien de privarnos de tus relatos! ;D ¡Cuídate!

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  3. AZAR


    Cualquier roce furtivo
    te envía a las fauces de la locura o el odio.
    El más ínfimo matiz de luz
    te redime del cascajo de la existencia.

    Vuelves a ensancharte y todo te salva:
    La brisa del atardecer
    El rasgueo de una guitarra
    Una pluma en el aire
    El recuerdo de un rostro
    Y sobre todo
    El aferrarse a las ilusiones de amor
    desesperadamente.


    Anuar Iván.

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